Los que me quieren me llaman José

José Miguel Isidro del Sagrado Corazón de Jesús Gómez Ortega, así reza en la partida de bautismo, pero en los carteles me suelen anunciar como Gallito, la afición me llama Joselito y los que me quieren, José.

 

En mi primer recuerdo de infancia estoy en Gelves, jugando al toro, entrando a matar con un palito a mi hermano Fernando, que se ponía a cuatro patas en el suelo y embestía en el momento preciso del cite. Lo pasábamos bien, éramos pobres, pero felices. De Fernando nunca me faltan los consejos taurinos. Sabe mucho y explica las cosas muy bien.

 

Dicen, yo no me acuerdo, que poco después falleció mi padre y nos marchamos a Sevilla, donde vivimos en varias casas, hasta que por fin llegaron los tiempos de la Alameda. Y seguíamos jugando al toro. Allí conocí a mi cuñado Ignacio, que se casó con Lola, la más cercana a mí en edad y afectos, de los seis hermanos que tuve. Aquellos años empezaron a ser mejores, Rafael era figura del toreo; yo su hermanillo pequeño. Un día de tentadero en la finca de la Sra. Viuda de Salas, salió una becerra que daba la sensación de haber sido toreada. Me ofrecieron la oportunidad de salir a probar suerte y me fui hacia la vaca con la muleta en la mano izquierda. El animal dudaba, pero pasaba. Rafael desde el burladero me decía: "por el derecho José, vete por el derecho que por el izquierdo está muy difícil y te va a echar mano". Le dije que lo intentara él, extendiendo mis manos con la muleta y la ayuda. Le cogió a la primera, aún me dura la risa. ¡Qué bruto, Rafael! ¡Qué bruto! Todos se quedaron sorprendidos y cuando estábamos reponiendo fuerzas en la comida posterior, me preguntaron cómo sabía que la vaca no iba por el derecho, si no la había probado. Ninguno se dió cuenta de que hacía cosas de estar toreada. Si lo estaba, solamente podían haber sido los chavales que ayudan en el herradero, y los pobres no andan fáciles con la derecha, con lo que por la izquierda, lo lógico era que la vaca no estuviera tocada. Y así fue. Parrita me recuerda muchas veces lo mucho que le impresionó aquello. Nunca se le ha olvidado. 

 

Mientras pasaba el tiempo a un ritmo desesperantemente lento, seguíamos siendo felices, con nuestras mentes copadas de  ilusiones de triunfo. Y a fe que lo conseguimos; el éxito no tardó en llegar junto a mi querido Limeño, de la mano de Juan Martínez, el guardia. Aún recuerdo con satisfacción el momento en que tuve que pararle los pies. Nunca llevo bien que la gente intente aprovecharse de los demás. Me hierve la sangre cuando me acuerdo de la peseta que me quería madrugar porque yo no fumaba. Todo acabó conmigo de empresario, poniéndole un sueldo al señor Juan. A pesar de todo nunca le guardé rencor, y estuvo conmigo cuando tomé la alternativa. Es normal que cada uno busque su beneficio... pero sin abusar. 

 

Tantos ruedos, tantos toros, tantas tardes de triunfo. Siempre me ha hecho feliz triunfar ¿y a quién no? El reconocimiento en el ruedo no se paga con todo el oro del mundo. Hace un tiempo me entrevistaba José María Carretero y me preguntaba a este respecto. Esto le contesté:

"Yo no me cambiaría por nadie. Ni emperadores, ni reyes, ni generales han saboreado el triunfo de una buena tarde en el redondel de la plaza de toros de Madrid. Eso es el delirio; a mí me parece que no hay nada comparable". 

 

Lo que nunca me ha gustado es llamar la atención. El reconocimiento fuera de los ruedos siempre me ha dado lo mismo, la vida privada de uno a nadie importa. En cierto modo me agobia que me conozca tanta gente, sobre todo en mi Sevilla y en mi Madrid. Algunos me han echado fama de ser intratable, un soberbio, pero lo dicen porque no me conocen. Muchos han cambiado de opinión al conocerme. Que se lo digan a los periodistas de Lima, o a Luis Uriarte, el redactor de Toros y Toreros, que cuando me conoció se mostró sorprendido al comprobar que no me como a nadie. Al contrario, me hizo constar su agradecimiento por mi cortesía y cómo le sorprendió la ausencia de lujos innecesarios en mi casa. Otra cosa es que alguna vez me cabree en el ruedo, pero no lo puedo evitar, las cosas hay que hacerlas bien, y si para conseguir la perfección hay que dar una voz, se da, por eso no pasa nada. 

 

Pero no soy un sieso. Un día, yendo a torear a Jerez, paramos en una venta. No recuerdo el motivo de la parada, pero de repente nos encontramos ante una acalorada discusión entre dos lugareños, que no se ponían de acuerdo en quién era mejor torero, si Juan o un servidor. Lo más grande de todo el asunto es que no nos conocían. De hecho, el gallista se dirigió a mi para preguntarme quién era mejor torero. Yo le dije que Juan y él se enfadó. Les di cinco duros para que fueran a ver a los fenómenos y decidieran por ellos mismos. Todavía recuerdo las risas que compartimos cuando regresé por allí después de la feria. Ya eran gallistas los dos. La gente tiene unas cosas... ¿en qué cabeza cabe teorizar sobre las facultades y características de unos toreros a los que nunca se ha visto torear? Pero si van a la plaza y la mitad de las veces no se enteran de lo que pasa... y lo están viendo. ¡Vaya tela!

 

Siempre me ha gustado pasarlo bien, divertirme con los amigos... y las amigas. Pero donde estoy agusto de verdad es en casa, con mi familia. Una pena lo de mi madre, pero la vida es así. Para superarlo me he apoyado en mi profesión, con una campaña impecable en España y otra en Lima, la primera en América. También me ha servido de apoyo mi familia, por supuesto. Tengo debilidad por José Ignacio, el hijo de Lola. Es un jodío. Le gustan las galletas María, pero sólo si están partidas exactamente por la mitad; si no, las tira. Me paso las tardes enteras partiéndole las galletas en dos. Para demostrarle que son iguales me hace poner las mitades una sobre otra. Es un caso. Nos mondamos de risa. Dentro de poco tendré mis pepitos, con la mujer a la que adoro. Todo está previsto, ya están al tanto mis amigos, entre ellos el Conde de Heredia Espínola y Pérez Lugín, para que vayan preparando el regalo. También lo saben, entre otros, los allegados de la cuadrilla. Ese día sí que echaré de menos a mi madre, pilar fundamental en mi vida y ejemplo de cómo se saca a la familia adelante, contra cualquier adversidad, por grande que fuera. Con alegría, unidos, pensando en los demás, en los desfavorecidos. Ella siempre será mi ejemplo de cómo dirigir los designios de la prole. Si Dios quiere, pronto tendré mi propia familia con la mujer que quiero porque es buena, es de su casa y tiene religión. La mujer perfecta para ser la madre de mis hijos. Bella por dentro y por fuera.

 

Esta tarde toreo en Talavera. Me hace mucha ilusión porque la plaza la inauguró mi padre hace 30 años. Me ayudará a olvidar la bronca de la ayer en la capital. Este público se pone en un plan... Mañana, cuando vuelva a Madrid, he quedado con mi amigo José María del Rey Caballero, para ir al Retiro a  hacer unas fotografías con las que corresponder a unas amigas peruanas que conocí durante el viaje a América. ¡Qué majas son! José María no nos acompaña a Talavera, a la excursión que se promete feliz, porque está de exámenes. Allí veré a don Gregorio, que espero vuelva a ser el que era.

 

Carmen del Castillo Rodríguez, Julio Carrasco Andrés y Fidel Carrasco Andrés. Junio 2020.